Sunday, July 23, 2006

SER-CENA TERRITORIO
Cuatro sujetos en la comida del ocaso, nocturna, la del fin(al) del día. Cuatro sujetos re-unidos entorno a la mesa semivacía. ¿Y la cena?
Ser-cena, ser-come, engulle, devora: consume. Cercena, corta algo del todo y por la raíz, recorta, mutila. Se mutila.
Esta vez la pregunta pasa por el acto de auto-consumirse, y en fragmentos: cabeza, intestinos, extremidades; surgiendo el vómito punitivo. De-volver el deshecho.
El ser se come a sí mismo: canibalismo repulsivo, actualizado. El cuerpo se transforma en el “producto” más cercano.
La instalación presenta cuatro seres reconstruidos. Identidades provistas de peculiar materialidad, trozos que alguna vez fueron una cosa otra. A su vez, dichos sujetos están dotados de cuerpos que se violentan. Hay una manipulación de la materia como un suplicio auto-ejercido; entonces, dicho suplicio se proyecta y violenta al receptor: el gesto del consumo aterra hasta el asco a aquel que podría no sólo sentarse en la esquina predispuesta, sino acercar el sitial y unirse al festín: estos cuerpos en tensión se desplazan al consumidor de la obra de arte, aquel que, tal vez, en una búsqueda de (entre)tención es “provocado”.
Nos sentamos en la soledad luminosa y observamos el festín. A nuestras espaldas algo que nos produce extrañeza. Pues, así como el espectador rodea la instalación, hay algo que lo envuelve: el sonido emitido desde este extremo de la sala. El receptor desconoce el lenguaje -el idioma danés-, produciéndose la imposibilidad de la decodificación. El mensaje está obstruido, y sólo reconocemos los sonidos cotidianos que producen el roce de las cosas, el movimiento de los objetos, o el de expresiones humanas como la risa y los gritos; su hermetismo lo transforma en sonidos que pierden su significado como palabras para convertirse en un todo atmosférico.
¿Alegoría del consumo?
La alegoría, entendida como una figura retórica mediante la cual “un término” se refiere a un significado oculto y más profundo, un nivel distinto de sentido, en este caso, apuntaría a un relato cargado de simbolismo, remitiendo a un modo de lectura.
La alegoría conforma su sentido al unir diferentes fragmentos que encontramos “presentados” aisladamente en la “realidad”. La unión de éstos, descontextualizados, pero aún así, pletóricos de una carga cultural, produce una re-significación en los cuatro seres híbridos: sujetos construidos de deshechos: trozos de materias evidentemente reconocidos, por su utilidad, en este territorio: trozos de madera –unos elaborados y otros “sólo” cortados-, redes de pescar, un sartén, una (casi) tetera, un guante de trabajo. Todos apuntando al lugar que nos contiene, y nos mantiene, este sur idealizado es deconstruido, y los signos mencionados remiten a la materia cercenada, a los contenedores del alimento, y a las manos ocultas del actor: el guante es la máscara que da sentido a la destrucción del territorio. ¡Tenedor y cuchillo: a devorar lo que se ofrece en la mesa!
Muchas veces, cuando se habla de consumo se piensa en grandes urbes, en las manos del capital asechando al individuo y seduciéndolo, apelando a “la felicidad”, al goce, al bien-estar. Sin embargo, en esta ocasión se trasciende el lugar común de estos pensamientos para invadir nuestro cotidiano, re-presentado por la obra, haciendo de nuestras “inocentes” actitudes un devenir monstruoso.
Es éste el territorio cercenado, la alienación se produce también aquí.
Jannette González Pulgar

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